El milagro de Bartimeo: La luz de la fe
XXX Domingo, TO, Ciclo B, (Mc 10,46-52)
Éste es el último milagro de Jesús en el Evangelio de Marcos, decimosegundo milagro. Es un texto lleno de verbos por lo que nos indica movimiento, en el que involucra todo el cuerpo a través de los sentidos de la vista, el oído y el tacto. Ireneo nos dice que la salvación es el cuerpo.
Jesús está subiendo a Jerusalén teniendo que pasar por Jericó, pero ni entra ni se detiene… pasa de largo, y va hablando e instruyendo a sus discípulos. Desde allí entrará en Jerusalén montado en un asno. Jericó es la ciudad que defendía la tierra prometida y, según el Antiguo Testamento, era difícil de conquistar. Josué la conquistó no con las armas, sino sonando las trompetas.
1. La condición humana del mendigo
Este ciego del evangelio de Marcos representa no sólo a todos los discípulos de Jesús sino también a todos nosotros, que somos mendigos, ciegos y que estamos en el camino. Mendigo hace referencia a nuestra condición de criatura y expresa nuestro deseo de Dios, de ese corazón inquieto del que habla san Agustín que no descansará hasta vivir la plena comunión con el Padre Creador. Todos somos mendigos porque todos tenemos el límite de la muerte. Es en nuestra mendicidad, que es nuestro límite, donde Cristo viene a nuestro encuentro como Salvador. El mendigo expresa lo contrario del autosuficiente, del que se da todo a sí mismo. El mendigo es el que todo lo recibe para vivir.
Pero hay una mendicidad, la que se vive desde la miseria, que hace daño. Una cosa es ser mendigo y otra miserable. Miserable es el que adopta el rol de víctima en las relaciones, busca los afectos de los demás, vive desde la apariencia del qué dirán, su conducta está regida por lo que los otros piensen de él, sus relaciones son interesadas, y así pierde autenticidad.
2. La luz y la fe
Este mendigo es ciego. Le falta la luz. El Génesis nos habla de dos tipos de luz: la luz que surge el primer día y la luz del cuarto día. La del primer día es la gloria de Dios: toda la creación surge y vivimos en el trasfondo de la gloria del Dios que es el amor que nos tiene. La luz del cuarto día es la luz cronológica, la de los luceros mayores, uno grande que es el sol y otro pequeño que es la luna. A este mendigo le falta la primera luz. Al final de este texto evangélico, Jesús le dirá: “Tu fe te ha salvado”. La fe es esa luz que me permite ver a Dios todo en todos (1Cor 15,28).
Si no fijamos, este mendigo está fuera del camino. El camino es la vida de Jesús, el evangelio. El discípulo puede vivir su vida en Cristo o al lado de Cristo. Para vivirla en Cristo necesitamos la fe por la cual Cristo habita en nuestros corazones, dirá después san Pablo (Ef 3,16). Si nos quedamos en el camino, nos quedamos como espectadores, como alguien que ve pasar los acontecimientos y no se involucra. Estos son los verdaderos ciegos.
3. La importancia de escuchar y la relación con Jesús
Qué os dice Marcos: que oye que pasa Jesús el nazareno. La fe comienza con el oído. Somos lo que escuchamos. La palabra que damos entrada en nuestro interior por el oído nos conforma con lo que escuchamos. Lo vimos en el Génesis con Adán y Eva. Cuando daban escucha a la palabra del Padre creador vivían en comunión con Él. Cuando dieron oídos a la serpiente perdieron la comunión con Dios y con la creación. El hombre se quedó sordo y ciego. Y la voz de Dios comenzó a ser una amenaza para la creatura hasta el punto de considerar a Dios un enemigo, y tener que matarlo en una cruz porque no le reconocieron.
En María, la nueva Eva, tenemos lo opuesto. Ella escuchó y después concibió en su seno al Hijo de Dios. Ella es toda oídos, como dicen los Padres de la Iglesia. Nos convertimos en aquello que escuchamos. Este ciego comenzó a escuchar al Señor y comenzó a recibir la salvación. Lo que había escuchado de Jesús abre a esta persona a la esperanza y le da una fuerza especial.
Al escuchar comienza a entrar en relación con Jesús pronunciando su nombre. Le llama con doble título: Hijo de David y Jesús. Es el único en el evangelio de Marcos que llama a Jesús por su nombre. Comienza una relación de persona a persona que se realiza en la fe. La fe comienza a surgir en este hombre. Cuál debía ser la sorpresa de Jesús al escuchar su nombre: Jesús. Es la primera vez que existe como persona para alguno en este evangelio. Hasta entonces era el taumaturgo, el Cristo, uno de los profetas… para este hombre es Jesús, expresando que lo que desea es una relación personal con Él. Y así le pide piedad y compasión. Esta frase se convertiría en la oración del corazón del peregrino ruso.
4. El grito de confianza y la vida nueva
Este hombre ha entendido que Jesús tiene piedad de él y que es amor para él. Y por eso grita. Este grito nos recuerda las trompetas que rompieron las murallas de Jericó para ser conquistada por el pueblo de Israel, y así poder entrar en la Tierra prometida. Expresan la confianza y el amor en Jesús, que no se rinde ante la tentación del desaliento.
Y Jesús ahora le llama, le está invitando a una vida nueva, le llama a vivir como resucitado. Y así el evangelio nos dice que le dijeron: «levántate». El verbo: «levántate», «egeiro», es el que se utiliza en la resurrección. El milagro de dar la vida es el símbolo de volver a nacer, de resucitar… hasta que uno no renace es ciego. Recobrar la vista es volver a nacer. El mendigo ciego le llamará con otro nombre: “Rabbuní”, expresión pascual que utilizaría la Magdalena para dirigirse al resucitado. Este hombre ya había comenzado a experimentar la fuerza de la resurrección en su cuerpo y una vida nueva, pues al haber oído hablar de Jesús ya establece una relación personal con Él.
Y así, recobrada la vista, se puso en el camino. Comenzó a vivir en Jesús y Jesús en él, esto es vivir como resucitado. AMEN.